Los cuadros psicóticos constituyen un grupo de trastornos mentales potencialmente graves que se caracterizan por una alteración de la experiencia y del pensamiento y que pueden incluir ideas delirantes, alucinaciones y alteraciones del comportamiento. Aunque estos diagnósticos suelen asustar mucho a los pacientes y a sus familiares, en gran parte de los casos el pronóstico puede ser muy bueno si se ponen en marcha los mecanismos terapéuticos necesarios.

La evolución funcional de las psicosis depende, en gran medida, de la atención que se proporcione en los primeros años después del inicio de los síntomas. Es por este motivo que resulta fundamental facilitar el acceso rápido a una atención especializada, para realizar una evaluación detallada y establecer plan global de tratamiento lo antes posible. En la medida de los posible, estas intervenciones suelen incluir el tratamiento farmacológico, el apoyo psicológico (la orientación cognitivo-conductual ha demostrado ser especialmente útil), la terapia familiar, la mejoría en las habilidades sociales y la terapia ocupacional. Sin embargo, no siempre resulta sencillo apoyar a una persona que está experimentando un trastorno de esta naturaleza, ya que con frecuencia no son conscientes de lo que les sucede y no quieren recibir ayuda. En este sentido, algunos de los síntomas más frecuentes de los trastornos psicóticos influyen directamente en la relación de la persona afectada con su entorno más inmediato. Así, la alta carga emocional y la intensidad de las vivencias de quien padece un trastorno psicótico pueden dificultar el acercamiento a otras personas para recibir ayuda. Por otra parte, tanto el temor al estigma como el miedo asociado a comentar lo que les sucede contribuyen a dificultar una atención adecuada.

Recomendaciones generales

A continuación, presentamos una serie de recomendaciones generales en torno a las posibilidades de ayuda hacia un ser querido que está experimentando síntomas psicóticos:

Este tipo de experiencias suelen percibirse con un alto nivel de angustia por la persona que las sufre, por lo que el acercamiento no debe ir dirigido hacia las características concretas de su vivencia o su adecuación o no a la realidad (es decir, si es real o no lo que le sucede), sino desde un acompañamiento que se centre en cómo siente la persona sus vivencias, cómo le están afectando a diferentes niveles (en la relación con los demás, en su actividad diaria, en sus hábitos de salud, etc.), y en escuchar activamente los motivos de su angustia o malestar. Ayudar desde las dificultades para dormir, desde las dificultades en el desempeño de la actividad laboral o académica, o desde la angustia generada por un posible peligro suele provocar una respuesta más favorable que desde la negación de sus experiencias o la comprobación de que lo que le sucede no es real (aunque nos resulte extraño, para ellos es absolutamente real y es, por definición, convencerles de lo contrario). La confrontación suele ser poco eficaz en estos casos y puede favorecer la minimización u ocultación de síntomas por miedo a la estigmatización o al rechazo.

Los familiares de las personas que sufren síntomas psicóticos por primera vez se encuentran en una situación que nunca habían previsto y ante la cual les resulta difícil saber cómo actuar. Es fundamental hacerles parte activa del tratamiento y de la recuperación de sus seres queridos. Resulta de gran utilidad que los familiares reciban información clara y adecuada a su comprensión sobre lo que está sucediendo. El asesoramiento sobre las dificultades específicas y concretas de cada caso puede ser muy eficaz de cara a facilitar un acceso a la atención médica de la persona sufriente lo antes posible.

Una comunicación clara y transparente es fundamental. Las personas que aquejan este tipo de experiencias en una fase aguda pueden sentirse bajo ciertas amenazas, en el foco de muchas miradas, y sensibles a los movimientos e intenciones de los demás, incluyendo las de sus seres queridos más cercanos. Manifestar honestamente la preocupación por la persona que sufre y la recomendación de buscar ayuda, sin giros o maniobras poco claras que puedan contribuir a la desconfianza del afectado, es una actividad esencial en estos casos. El establecimiento de una adecuada interacción entre el equipo profesional, los pacientes y sus familiares, favoreciendo una circulación de la información en la que la persona que sufre se sienta parte activa y confiada, facilita la vinculación y la aceptación del tratamiento. Facilitar la comunicación en un entorno seguro, con personas de máxima confianza, sin exigir una respuesta mediante ultimátum o bajo presión, son otras de las estrategias recomendadas.

Por último, es recomendable preguntar a su familiar o amigo cómo puede serle más útil. Favorecer la implicación activa de la persona que sufre en su problema, a través de pequeñas medidas iniciales (acompañamiento, apoyo en actividades cotidianas, favorecer espacios para que la persona manifieste lo que le ocurre) es un primer paso para identificar necesidades de ayuda. Como familiar, puede resultarle útil obtener apoyo para hacer frente a sus propias dificultades, ya sea a través de terapia psicológica o del apoyo entre iguales (para esto resultan especialmente recomendables los grupos multifamiliares), donde puede hablar con otras personas que atraviesan situaciones similares.