Si has llegado hasta aquí puede que tú o algún ser querido hayáis experimentado una crisis de angustia (generalmente también llamadas crisis de ansiedad o ataques de pánico). Típicamente, se trata de episodios de duración limitada durante los cuales experimentamos una fuerte presión en el pecho, la sensación de que algo terrible nos va a suceder inmediatamente (normalmente temor a un infarto o miedo a perder la cabeza), una sensación de falta de aire, la necesidad de salir de donde estamos, de ver el cielo, de abrir las ventanas… Evitamos entonces lugares en los que hay muchas personas, o de los que es difícil salir rápidamente (el metro, centros comerciales, restaurantes, lugares abarrotados, etc.). No es extraño evitar también el hecho de conducir en autopista, especialmente cuando aparece la sensación de que no puedo parar y salir inmediatamente (en cuidad no tengo tanto problema, ya que puedo parar y salir del coche en cualquier momento). 

En las últimas décadas, con el desarrollo de la psicofarmacología y la efectividad de los tratamiento farmacológicos, estos episodios parecen identificarse en la cultura popular con algún déficit de neurotransmisores o con algún problema meramente cerebral que la medicación será susceptible de resolver en breve. Sin embargo, la medicación no siempre es eficaz y, cuando lo es, hay un alto riesgo de que los síntomas reaparezcan tras su suspensión.

Por qué sufrimos de crisis de angustia

La cuestión está en comprender por qué aparecen estos cuadros y entender qué sentido juegan en nuestras vidas. Comprendemos así que las crisis de angustia no son meramente enfermedades que recaen sobre nuestros cerebros (de ser así, la medicación sería la solución principal), sino consecuencia de un estado existencial. Surge así la posibilidad de intervención psicoterapéutica, destinada a comprender la naturaleza de esas circunstancias de forma que podamos modificarlas o adaptarnos mejor a las mismas. En este sentido, es muy habitual que quien padece crisis de angustia no sea plenamente consciente de por qué le suceden (en otras palabras, no termina de comprender las circunstancias en las que se encuentra). De hecho, es muy habitual que los pacientes que nos visitan por este motivo insistan en que no hay motivo para que aparezcan (con el paso del tiempo suelen aprender que sí suele haber un motivo, aunque con frecuencia no esté en primer plano).

Cada uno de nosotros habita un espacio existencial, en el que se desenvuelve nuestra vida, nuestra acción. En general, podemos decir que no somos lo que decimos, no somos lo que pensamos, sino que somos lo que hacemos. Toda acción, todo lo que hacemos, transcurre en un espacio. El espacio en el que se desenvuelven las acciones que me definen es mi vida, mi espacio existencial. Para el común de los mortales este especio suele estar definido por una serie de pilares, como son la familia, la pareja, los amigos, el trabajo y las aficiones. Generalmente, todo lo que hacemos pivota en torno a estos pilares. Aunque no suelo pararme a pensarlo de forma explícita, soy siempre consciente de cómo me encuentro en este espacio. 

Al analizar la pregunta ‘¿cómo te encuentras?’ nos percatamos de que todo se encuentra en un espacio. Cuando alguien me hace esa pregunta en términos amplios y genéricos, el espacio al que hace referencia de forma implícita es el espacio existencial que es mi vida. 

Al considerar el concepto de angustia, sabemos que deriva etimológicamente de ‘angosto’, estrecho, opresivo. Entendemos pues que la angustia existencial deriva del hecho de habitar un espacio existencial en el que estoy incómodo, a disgusto, y del que no puedo salir con facilidad (un clásico ejemplo es el de una mujer sometida a una relación de maltrato, de la que siente no poder escapar por miedo a las represalias y por dependencia económica). El hecho de tener mucho encima, una alta carga de trabajo o problemas en diferentes esferas, me puede llevar a habitar un espacio en el que me siento oprimido y atrapado. No es extraño pues que quien experimenta una crisis de angustia siente que no puede respirar, que no tiene aire, siente una fuerte presión sobre el pecho y con frecuencia necesita ‘escapar’, abrir ventanas, ver el cielo y salir de donde está. Asimismo, al entrar en espacios abarrotados o estrechos (como bares y restaurantes) necesitan tener la salida a la vista, lo que les permite saber que pueden escapar en cualquier momento. Asimismo, el hecho de entrar en cualquier espacio del que no hay salida fácil (como el metro, un avión, un ascensor o incluso el coche cuando estoy en autopista) tiende a ampliar la sensación de atrapamiento y puede llegar a hacer que la situación se me haga insostenible, desencadenando una crisis de angustia. 

Se dan con frecuencia el hecho de que la carga que experimento en mi espacio existencial no deriva de un único problema, grande y visible a simple vista. Con frecuencia no existe tal problema, sino un cúmulo de pequeñas cosas, ninguna de las cuales podría justificar por sí misma mi malestar. Sin embargo, el cómputo global, la suma de todos los pequeños problemas, puede suponer una gran carga que me haga sentir atrapado en un espacio existencial estrecho y opresivo. Es por este motivo que multitud de pacientes acuden a consulta alegando que no hay ningún problema que justifique su malestar. Sin embargo, al analizar las circunstancias en su conjunto podemos advertir la enorme carga que puede suponer un cúmulo de pequeños factores. 

Intervención psicoterapéutica y crisis de angustia

Así, al ser consciente del origen y la naturaleza de mi malestar, aumenta mi capacidad para hacer frente a éste. Si bien el tratamiento farmacológico puede representar una ayuda extraordinaria en el manejo de estos cuadros, se limita al abordaje sintomático sin abordar el problema nuclear. La intervención psicoterapéutica, por el contrario, aborda el meollo del problema y permite articular un cambio real en mis circunstancias, de forma que me permita habitarlas mejor, con más espacio y más cómodamente. En este sentido, el tratamiento farmacológico supone un abordaje muy útil en el corto plazo. La psicoterapia, por otra parte, puede tardar más tiempo en hacer efecto, pero es de vital importancia de cara a al pronóstico a medio y largo plazo. En la práctica, el abordaje combinado tiende a ser la elección más recomendable.