Como cada año, la llegada de la Navidad se convierte en tema recurrente en consulta. Más que la Navidad en sí, el temor a su llegada. El hastío y la anticipación de contactos indeseados y de conflictos infinitos. La ansiada llegada del 7 de enero y el fin de un periodo de felicidad forzada y amores impostados.
Traemos de entrada la expectativa impuesta de que en Navidad tenemos que estar todos juntos en familia. Felices. En paz y armonía. Y tenemos que querernos mucho.
O no.
El caso es que a veces no queremos estar con la familia. A veces sencillamente no les queremos (al menos no queremos a algunos de ellos). En nuestra vida cotidiana no les cuido, no me cuidan, no nos vemos, no nos llamamos, casi hasta nos evitamos… ¿Por qué tenemos que pasar juntos la Navidad? Pues porque nos lo impone una norma social que no sabe nada de nuestras circunstancias personales. Si me apuras, es la misma norma social que dice que a las madres hay que quererlas por definición (aparentemente se trata de un deber y por lo tanto de una elección libre). Pero el caso es que yo no elijo a quien quiero. Puede que yo haya tenido una madre tóxica, culpabilizadora y agobiantemente sobreprotectora que no ha sido capaz de generar en mi un sentimiento de amor porque me ha hecho (quizá inconscientemente) muchísimo daño a lo largo de mi vida. Igual me gustaría quererla, pero no me sale. Y como hay una norma social que dice que a las madres hay que quererlas, me siento fatal, una persona terrible, porque resulta que yo no quiero a la mía. Pero tengo que estar con ella en Navidad. Y además feliz. Yo, sin embargo, creo que puede ser legítimo no querer a una madre (cuidado, que yo a la mía sí la quiero).
El amor implica necesariamente el cuidado. Si no cuido de alguien durante el año, igual implica que no le quiero demasiado. Y si no le quiero demasiado, ¿por qué me veo obligado a pasar con esa persona la Navidad, como si fuésemos muy importantes el uno para el otro? ¿Por qué resultaría una afrenta no quedar con ellos en Navidad? Luego está la cuestión de los regalos, con los que fácilmente podríamos querer compensar la falta de afecto e interés mostrada durante el año.
El consumo se dispara en Navidad
Resulta esclarecedor el hecho de que el consumo de benzodiacepinas (y de alcohol) se dispara en Navidad. Analgesia emocional, para intentar no sufrir en exceso. Es de hecho un periodo de alto riesgo en salud mental. Y no es de extrañar, pues con frecuencia nos vemos en la obligación de pasar el tiempo con gente que en realidad no nos importa demasiado (o que incluso nos desagrada). Como todo lo que se convierte en obligación, tiende a convertirse en algo no deseado (es decir, un coñazo). Si esas personas realmente me importasen, ya me encargaría de demostrárselo a lo largo del año y entonces nos importaría un pepino no vernos en Navidad. Por si esto no fuese poco, surge la melancolía por los que ya no están. O se hace más patente mi soledad porque estoy lejos de los míos y no tengo con quién pasar las fiestas.
Si nos queremos, querámonos. Pero todo el año. Todo el tiempo (que le jodan también a San Valentín). No vamos a querernos porque nos lo marque una norma impersonal que no sabe nada acerca de nosotros (una norma impersonal que, por cierto, hunde raíces también en un desenfrenado consumismo, síntoma del vacío existencial propio de nuestra época). Y si no nos queremos, no lo forcemos, que no pasa nada (me encantó escuchar a una señora hace unos días en la radio diciendo que no pensaba salir de la residencia para cenar con sus hijos en Navidad porque no le habían hecho ni puto caso en todo el año).
La Navidad puede ser una época maravillosa si realmente hay amor, paz y armonía. Sin embargo, es legítimo estar jodido en Navidad. También puede serlo mandar a la familia a paseo y no cenar con ellos en Nochebuena. Puede que asumiendo esto la Navidad deje de ser un periodo de alto riesgo en salud mental y que así el consumo de benzodiacepinas se equipare al del resto del año (que tampoco es precisamente bajo).
En fin, Feliz Navidad. O no…
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