La depresión es un trastorno del ánimo por el que se sufre una transformación dolorosa, un oscurecimiento, de la experiencia habitual. Se caracteriza por un ánimo bajo, disminución de la vitalidad, pérdida del interés en las cosas y de la capacidad para disfrutar, dificultad para iniciar y llevar a cabo las actividades habituales.
Si te interesa este tema, es probable, que tú o alguien de tu entorno presenten signos o síntomas depresivos, por lo que tienes interés en consultar con algún experto en el tema.
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¿Cuáles son los síntomas de la depresión?
Los síntomas de la depresión son varios y diversos. En primer lugar, la persona deprimida suele sentirse desconectada de los demás y tiende al aislamiento y la evitación del contacto social.
Con mucha frecuencia, el desánimo se acompaña de ansiedad, insomnio, sensación de cansancio, dificultades de atención y concentración, falta de apetito y pérdida de peso. En muchos casos, además, existe pesimismo, sentimientos de inseguridad, de inutilidad y de culpa; así como de ser una carga para el entorno familiar. Como es lógico, la presentación en cada caso es variable, pudiendo predominar unos u otros síntomas, en ocasiones destacando la angustia.
Por otro lado, la gravedad del cuadro depresivo determinará en buena parte sus características. Sea como sea, la depresión conlleva siempre un elevado sufrimiento, que puede llevar a la desesperanza y las ideas de suicidio, especialmente en los casos graves.
Vale destacar que, aunque la tristeza es habitual en la depresión, no son sinónimos, ya que la tristeza que aparece ante las situaciones cotidianas, o la insatisfacción, no se pueden calificar sin más de “depresión”.
De la misma manera, el duelo normal ante la pérdida de un ser querido tampoco constituye una depresión (un caso diferente es el del duelo patológico, que sí precisa una intervención terapéutica). Por ello, resulta necesaria la evaluación por parte de un especialista que decida la necesidad o no de tratamiento.
Se calcula que entre un 8% y un 15% de las personas sufre al menos un episodio depresivo a lo largo de su vida. Esta elevada prevalencia junto a la gran discapacidad que provoca hace que sea un problema destacado de salud pública.
La depresión puede interferir seriamente en la actividad diaria, tanto en el ámbito académico como laboral, en ocasiones dificultando incluso la realización de las tareas más sencillas, ante las que con frecuencia el paciente deprimido describe una sensación de “bloqueo” o incapacidad.
Los efectos de la depresión pueden ser devastadores, tanto en quien la sufre directamente como en su entorno familiar, siendo el suicidio el desenlace más trágico.
Las causas de la depresión
Existen diversas causas de la depresión, derivados de diferentes factores, ya sean neurobiológicos, psicológicos o ambientales, cuyo peso en cada caso es complicado estimar y que de cualquier modo están interrelacionados.
En ocasiones encontramos más casos de depresión en la familia, pero esto no es necesario. En algunos casos no se puede identificar ningún desencadenante, como si el episodio depresivo se hubiera desencadenado espontáneamente, por lo que clásicamente se ha denominado “depresión endógena”.
Se considera que este tipo de depresión tiene un mayor componente genético-neurobiológico y suele repetirse varias veces a lo largo de la vida del paciente.
Cuando un cuadro depresivo está muy vinculado a una situación o acontecimiento concretos, suele hablarse de “trastornos de adaptación”. La exposición prolongada a una situación estresante puede desencadenar este tipo de episodios.
Con mucha frecuencia se trata de problemas laborales, pero también familiares, económicos o pérdida; en otras ocasiones se trata del padecimiento de una enfermedad graves.
Asimismo, se ha podido observar como algunos cambios de etapa vital, como por ejemplo el momento de la jubilación, pueden dar lugar a auténticos episodios depresivos.
Esto parece tener relación con la dificultad para asumir un nuevo rol, el cual se vive como una pérdida traumática del sentido o proyecto y de la posición en la vida.
De forma menos específica, la sintomatología depresiva puede aparecer en una amplia variedad de situaciones: consumo de tóxicos (con mucha frecuencia el abuso de alcohol), por influencia hormonal (trastornos endocrinológicos, síndrome disfórico premenstrual) o asociada a ciertas enfermedades neurológicas (enfermedad de Parkinson, demencias).
De igual manera, la depresión es asociada a otras patologías psiquiátricas y a los trastornos de personalidad. No hay que olvidar que un episodio depresivo puede ser la fase de un trastorno bipolar, por lo que que es fundamental llevar a cabo un diagnóstico diferencial que tenga en cuenta posibles episodios previos y los antecedentes familiares.
Tipos de depresión
Según la gravedad del episodio, existen diversos tipos de depresión; según los cuales se puede clasificar:
- Depresión leve
- Depresión moderada
- Depresión grave
En un pequeño porcentaje de los episodios graves de depresión pueden llegar a aparecer ideas delirantes de ruina, decadencia, incapacidad o culpa, así como enlentecimiento (inhibición psicomotriz) o una preocupación excesiva acerca de molestias corporales. Este tipo de cuadro se denomina depresión psicótica, tiene elevado riesgo de suicidio y suele obligar al ingreso hospitalario.
En cuanto a la duración, hablamos de episodio depresivo cuando este tiene una duración limitada. Cuando se produce la aparición de episodios repetidos de depresión, hablamos de un trastorno depresivo recurrente.
Por el contrario, denominamos distimia, trastorno depresivo persistente o depresión crónica aquellos casos en los que los síntomas depresivos se prolongan durante muchos años. Se considera que en la distimia están más implicados los rasgos de personalidad que en otros cuadros depresivos. Suelen asociar sintomatología ansiosa, igualmente persistente.
Un caso especial es el de la depresión postparto. Aunque en muchas mujeres pueden aparecer síntomas depresivos leves y de corta duración tras el parto, en un número más reducido de casos pueden llegar a desencadenarse episodios depresivos moderados o graves, los cuales requieren tratamiento.
Por último, la depresión en niños y adolescentes puede tener características diferentes, destacando el empeoramiento del rendimiento escolar, los problemas de conducta y la irritabilidad. En tanto, la depresión en ancianos, que suelen ser más frecuente, pueden predominar las molestias corporales, quejas de disminución de la memoria y agitación.
Preguntas frecuentes sobre la depresión
El diagnóstico de la depresión es clínico, es decir, se realiza mediante la entrevista entre el paciente y el especialista en psiquiatría o psicología clínica que, a través de una exploración por medio de preguntas y de la observación, recogen los síntomas del paciente y establecen el diagnóstico.
En todos los casos, la aportación de información complementaria por la familia es útil para el especialista. En tanto, las pruebas complementarias (analítica, radiología) sólo son necesarias cuando conviene descartar o se sospecha una posible causa orgánica de la sintomatología depresiva, en función de la edad del paciente y de otros síntomas acompañantes.
El tratamiento de la depresión en Madrid es siempre individualizado. En general, los episodios depresivos leves y reactivos se benefician de un tratamiento psicoterapéutico, mientras que aquellos de mayor intensidad (moderados-graves) suelen precisar, además, un tratamiento farmacológico.
Aun cuando se decida pautar medicación, su combinación con la psicoterapia suele ser la opción más efectiva. La variedad de psicoterapias es muy amplia, y tratamientos de orientaciones terapéuticas diferentes pueden obtener buenos resultados.
En cualquier caso el vínculo entre el paciente y el terapeuta es siempre clave para el proceso. Por otro lado, en cuanto al tratamiento farmacológico, lo más habitual es el empleo de fármacos antidepresivos.
Actualmente, los fármacos para la depresión más usados son los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) y los ISRN (inhibidores de la recaptación de serotonina y noradranalina), por su seguridad y buena tolerancia.
Estos fármacos, aunque se denominan comúnmente “antidepresivos”, son también el tratamiento básico de los trastornos de ansiedad.
El objetivo es siempre el uso de la menor dosis efectiva del fármaco, de forma que se consiga el efecto buscado sin la presencia de efectos secundarios.
En ocasiones se combinan con otros fármacos para control de la ansiedad, el insomnio u otros síntomas acompañante de la depresión.
Algunos casos de depresión grave se muestran refractarios a los diferentes tratamientos farmacológicos. Estas depresiones resistentes pueden llegar a necesitar la administración de terapia electroconvulsiva en un medio hospitalario bajo anestesia general.
Por otro lado, una alternativa más moderna y menos invasiva es el uso de estimulación magnética transcraneal en casos de depresión, que ha mostrado algunos resultados prometedores.
Aunque la depresión plantea a menudo una gran complejidad, un tratamiento adecuado puede mejorar drásticamente el pronóstico del trastorno depresivo y permitir la recuperación del funcionamiento previo.
En general, la duración del tratamiento de la depresión es variable, desde varios meses en el caso de un episodio depresivo aislado; hasta su empleo como tratamiento de mantenimiento, cuando se trata de episodios depresivos recurrentes o graves.
Una proporción de casos mejora con el tratamiento inicial, aunque el efecto no es inmediato (puede tardar entre 2 y 4 semanas) y, con frecuencia, son necesarios varios ajustes hasta que se alcanza la respuesta deseada.
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